*Publicado en el periódico Página Siete
“Fulgía el lago como un ascua a
los reflejos del sol muriente, y, tintas en rosa, se destacaban las nevadas
crestas de la cordillera por detrás de los cerros grises que enmarcan al
Titicaca poniendo blanco festón a su cima angulosa y resquebrajada…”. Tal la
belleza del introito arguediano en Raza
de Bronce. Alcides Arguedas: el más combatido, el más ultrajado (ésa la
causa a lo mejor de su ensimismamiento triste que se confunde con arrogancia –¿no
dijo Diez de Medina que el perseguidor de glorias está destinado a ser víctima
de soledades y envidias?); el más prestigiado escritor allende las fronteras natales.
El alto y bigotudo paceño de peinado perfecto mantenía diálogos con Rubén
Darío, Gabriela Mistral y José Enrique Rodó, entre otros.
Si Arguedas es reprochado por emplear
gramáticas desarregladas y vocablos vulgares en sus prosas (“Disfraza de
aspavientos/ tus pepitorias/ la musa camba;/ mas no tu castellano/ de
Churubamba!”, espeta el poeta), en esta novela yo encuentro páginas de
pulcritud literaria comparables con las más bellas líneas de la obra
flaubertiana. Incluso escucho liras cuando describe las proezas mayestáticas
del suelo andino. Es cierto que algunas oraciones y párrafos adolecen de
defectos de construcción y puntuación, es decir, hay erratas de forma, pero
todo se compensa cuando el autor vierte sus maestrales pinceladas de cuadros
hayezianos, sus coloridas descripciones del suelo y de las gentes. ¿Ut pictura poesis? Rectifiquemos al
latino: ¡Ut pictura novel! Parece
seguir al hilo el consejo del genial latino. Esta novela es un cuadro del Ande
y del indio. Si Tamayo asió cinceles clásicos, Arguedas luce aquí pinceles
naturalistas de la Europa de fines del XIX y principios del XX. “Había cerrado
la noche, y una vaga claridad comenzaba a dorar las cumbres de los montes
sumidos en silencio y oscuridad: era la luna que surgía detrás de un pico del
Illimani, rielando un cielo limpio y tachonado de estrellas”. ¿Quién mostró más
potencia descriptiva en imágenes acústicas? ¿Acaso la precursora Clorinda Matto
de Turner? –No llega a la fuerza evocativa de Arguedas. Se ha llamado a este
movimiento literario Indigenismo, pero
yo he adjetivado esta reseña con la palabra Vernaculismo.
Mirarnos a nosotros mismos. Cantar nuestra realidad.
Sin titubeo su mejor obra artística, bella
de forma y de fondo, Raza de Bronce
es fruto de un genio creador distinto al de Pisagua
o Vida Criolla. Si en aquélla el
autor bebe las enseñanzas de los postreros estertores del romanticismo
literario del 800, y en ésta su prosa –a veces tosca- delata al seguidor de
Balzac (las páginas de Vida Criolla parecen
malas imitaciones de las mejores de La
Comedia Humana) o de Zola, en Raza de
Bronce el artista y el sociólogo
coexisten fecundos. El drama de Wata Wara, Agiali y los patrones es fruto la teorización
del sociólogo e historiador, y la descripción de la estepa andina es hija del
artista.
Kohahuyo. La hacienda altiplánica es la
fontana de inspiración del novelista para retener en el tiempo las relaciones
entre gamonales y pongos. Ésta es fundamentalmente una novela de tesis. Un
enjuiciamiento, un grito de indignación. Arguedas es un gamonal pero su pluma
vierte los primeros reclamos e interpelaciones al sistema feudal que explota y
expolia al indio.
El novelador remata su narración de
afecto al telurismo con este solemne colofón que inmortaliza esta obra
americana: “Y sobre la cumbre cayó lluvia de oro y diamantes.
El
sol…”.
Ignacio Vera Rada es poeta, dibujante, activista político y estudiante de
Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario