*Publicado en el periódico Página Siete
Fernando Diez de Medina:
americanista. Una de las plumas más ágiles y finas como el país ha visto pocas
veces. Gran patriota. ¡Ay!, ¿por qué nuestros más lumínicos escritores tienen
la maldición de quedar dentro de las sombras de la tiniebla? –¡la bendita
política! No brillan porque la oscuridad para el escritor es el mutismo. Diez
de Medina: humanista. Catarata de cultura. Reconocido alguna vez en el Perú, en
la Argentina, en Venezuela, en la Península ibérica… pero aquí… Diez de Medina:
diplomático intuitivo y asaz conocedor de la teoría y realidad políticas. Las
patrias americanas tenemos fulgores artísticos: Diez de Medina es uno de éstos,
del mismo modo es también Mateo
Montemayor. Novela cíclica, narrativa deslumbrante. ¿Novelística
autobiográfica? –Quizá. Lo cierto es que Diez de Medina es Montemayor;
Montemayor es Diez de Medina. Poseo un anhelo ya vetusto: reseñar esta novela
boliviana.
Mateo Montemayor –y cuando hablemos de
él, estaremos también refiriéndonos al autor de esta obra-, protagonista de
esta novela de 467 páginas, es un americanista innato de la montaña andina.
Letra de ímpetu telúrico a la par que cuartillas colmas de cultura universal. Esto
no es paradoja. ¿Quién como Diez de Medina, más universal al mismo tiempo que
tan hondamente boliviano? Los grandes ingenios
de todos los tiempos –Dante, Nietzsche, Goethe, Sarmiento, Tamayo, verbigratia- fueron beodos de saber
foráneo y marmitas de conocimiento humanista; sin embargo a la vez fueron
estudiosos de sus culturas y credos nativos, patriotas hasta la médula. Montemayor es un hombre de ambiciones; tiene tres
caminos enfrente: arte, política, estudio. Gruta de la soledad meditabunda;
cavila, piensa, observa su entorno. Y llega el amor, ¡oh Eros! ¿Hay algo en el
mundo que pueda turbar la mente de un estudioso que no sea “el paso rítmico y
altivo de una mujer hermosa”? De vuelta a la meditación, al estudio. Es un
nacionalista consumado (no en la terrífica significación hitleriana). Siente amor
por la tierra: América es su patria. Se da cuenta de que la mitología andina es
fascinante: revela. Siente en el alma la mitografía de los ancestros. No
recurre al intrincado sociólogo, al charlista, al antropólogo esotérico; a
través de ellos no sentirá la autoctonía; “leyenda, poesía cuentan más”. “La
teogonía americana espera del poeta y no del sabio”.
Montemayor es teórico artístico, ¡gran
esteta! Se pregunta si Gallegos pudo retratar nuestra realidad hispana; si el
costumbrismo ha sido saludable; si debiéramos analizar ahora la psicología de
los nuestros, a la manera dostoiewskiana. ¿Qué huella tienen Sábato, Cortázar,
García Márquez? ¿O Huxley! Ninguno ha interpretado al sudamericano. Borges
tentó hacerlo. De pronto llegan destellos de preocupación de asuntos
universales: carrera armamentística, espacial; las armas nucleares amenazan al
ser humano.
Melómano. En la soledad mental la fuerza
descomunal de Beethoven; piensa que Mozart otorga paz; ¡pero la nota bachiana
eleva! Los solfistas solo analizan la nota, la arquitectura musical. Montemayor
no. Él cree que tras esas fuerzas músicas augustas hay un secreto que aún no se
ha entregado.
Política. La desilusión. Sus Illimánicas son las confesiones de un
americano escéptico; ¿sigue siendo la política el arte de gobernar naciones?
“Sucia, sucia, sucia es la política; necesaria sin embargo”, se lamenta. Pero la
fe queda.
Novela ciclópea, Mateo Montemayor es de lo mejor de la narrativa boliviana.
Ignacio Vera Rada es poeta, dibujante, activista político y estudiante
de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.
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