viernes, 12 de agosto de 2016

INTERROGACIÓN A LA CRISIS POLÍTICA



*Columna publicada en el matutino El Diario.

A estas alturas de mi vida (es una moda usar ese clisé para sugerir senectud; en este caso lo utilizo para todo lo contrario) el ejercicio periodístico puede parecer un atrevimiento. ¿Preparación prematura? ¿Audacia de mi pluma y pensamiento? ¿Pura osadía de un temerario? –No lo creo; más bien diría un devoto de la Patria conmovido por lo que hoy aflige no únicamente a Bolivia sino también a los Estados del sur de América. Lo sola idea certera que tengo en estos momentos es que mi país sobrelleva tiempos críticos en lo político, en lo institucional, en lo moral… Vióse cómo los socialismos de Latinoamérica se han ido desmoronando, ora por crisis económicas, ora por desbarajustes políticos –aunque, según la ciencia y economía políticas, éstos no son sino la extensión de aquéllas.
      No me sería fundado decir desde siempre, porque apenas friso las veintiuna primaveras, pero sí que desde hace mucho he resuelto ubicarme en el campo de la acción y no en el de la observación. La decisión de atrincherarme en los periódicos de mi país nace de dos impulsos: el amor que siento por la cultura, es el primer, y mi disconformidad con las decisiones que han ido tomando los gobernantes de Bolivia desde hace una década, es el segundo. Es que en Bolivia, lo escribo y digo con amargura profunda, la descomposición ha cobrado naturaleza institucional. Parecería que hoy burlar la ley es la consigna, someterse a ella la excepción.
      El periodismo es un termómetro infalible de los pueblos. No hacen nada bien los chismeríos que varios columnistas azuzan en las planas de opinión de los diarios, no edifican los que colman los editoriales con comentarios fútiles. Es un mal síntoma cuando articulistas, analistas y opinólogos escriben y escriben interpretando asuntos candentes enfocados en el sensacionalismo y dejan de mirar todo el río que corre de asuntos perentorios que embargan al país. ¡Estudiemos las fluctuaciones de la economía nacional; critiquemos el rumbo de nuestras relaciones internacionales  –¿cuál es la política exterior del país?, ¿tiene una?–; polemicemos sobre la educación que están recibiendo nuestros niños; escribamos y discutamos con altura sobre la génesis de la corrupción; debatamos cómo está el fisco y cómo va nuestro sistema de salubridad!
      Éstas son nuestras responsabilidades: remover las aguas estancadas sobre los asuntos nacionales que más nos debieran importar; combatir las desfachateces que los magistrados están cometiendo en los puestos públicos; denunciar las malos movimientos que las autoridades ejecutan. Bolivia precisa soplos de idealismo y una renovación moral. Alisto pues mis cuartillas, mi voluntad y un raudal de tinta y pensamiento. Combatiremos.
      Auguro que el boliviano podrá más que lo que hizo Bismarck o Garibaldi. Bolivia no verá jamás un Marco Aurelio ni tendrá su Lorenzo de Médicis porque tiene sus héroes y santos, sus justos y poetas. Comencemos la obra de integración entre etnias, entre clases. Juzgaría que la política social del gobierno de hoy es de división y no de cohesión. Podemos forjar un prometedor porvenir volviendo a poner la mirada en los más altos intereses de la nación.
     Entrenemos la disciplina de los nuestros y conozcamos la virtud del boliviano. De los idealistas, de los pragmáticos –¡solemne paradoja!- será la edificación de la Patria.
      Y Bolivia tiene aún que correr un largo camino para que se sitúe, o, mejor, la situemos entre las naciones venturosas de la tierra.



Ignacio Vera Rada es poeta, dibujante, activista político y estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.

EL VERNACULISMO DE RAZA DE BRONCE



*Publicado en el periódico Página Siete

“Fulgía el lago como un ascua a los reflejos del sol muriente, y, tintas en rosa, se destacaban las nevadas crestas de la cordillera por detrás de los cerros grises que enmarcan al Titicaca poniendo blanco festón a su cima angulosa y resquebrajada…”. Tal la belleza del introito arguediano en Raza de Bronce. Alcides Arguedas: el más combatido, el más ultrajado (ésa la causa a lo mejor de su ensimismamiento triste que se confunde con arrogancia –¿no dijo Diez de Medina que el perseguidor de glorias está destinado a ser víctima de soledades y envidias?); el más prestigiado escritor allende las fronteras natales. El alto y bigotudo paceño de peinado perfecto mantenía diálogos con Rubén Darío, Gabriela Mistral y José Enrique Rodó, entre otros.
      Si Arguedas es reprochado por emplear gramáticas desarregladas y vocablos vulgares en sus prosas (“Disfraza de aspavientos/ tus pepitorias/ la musa camba;/ mas no tu castellano/ de Churubamba!”, espeta el poeta), en esta novela yo encuentro páginas de pulcritud literaria comparables con las más bellas líneas de la obra flaubertiana. Incluso escucho liras cuando describe las proezas mayestáticas del suelo andino. Es cierto que algunas oraciones y párrafos adolecen de defectos de construcción y puntuación, es decir, hay erratas de forma, pero todo se compensa cuando el autor vierte sus maestrales pinceladas de cuadros hayezianos, sus coloridas descripciones del suelo y de las gentes. ¿Ut pictura poesis? Rectifiquemos al latino: ¡Ut pictura novel! Parece seguir al hilo el consejo del genial latino. Esta novela es un cuadro del Ande y del indio. Si Tamayo asió cinceles clásicos, Arguedas luce aquí pinceles naturalistas de la Europa de fines del XIX y principios del XX. “Había cerrado la noche, y una vaga claridad comenzaba a dorar las cumbres de los montes sumidos en silencio y oscuridad: era la luna que surgía detrás de un pico del Illimani, rielando un cielo limpio y tachonado de estrellas”. ¿Quién mostró más potencia descriptiva en imágenes acústicas? ¿Acaso la precursora Clorinda Matto de Turner? –No llega a la fuerza evocativa de Arguedas. Se ha llamado a este movimiento literario Indigenismo, pero yo he adjetivado esta reseña con la palabra Vernaculismo. Mirarnos a nosotros mismos. Cantar nuestra realidad.
      Sin titubeo su mejor obra artística, bella de forma y de fondo, Raza de Bronce es fruto de un genio creador distinto al de Pisagua o Vida Criolla. Si en aquélla el autor bebe las enseñanzas de los postreros estertores del romanticismo literario del 800, y en ésta su prosa –a veces tosca- delata al seguidor de Balzac (las páginas de Vida Criolla parecen malas imitaciones de las mejores de La Comedia Humana) o de Zola, en Raza de Bronce  el artista y el sociólogo coexisten fecundos. El drama de Wata Wara, Agiali y los patrones es fruto la teorización del sociólogo e historiador, y la descripción de la estepa andina es hija del artista.
      Kohahuyo. La hacienda altiplánica es la fontana de inspiración del novelista para retener en el tiempo las relaciones entre gamonales y pongos. Ésta es fundamentalmente una novela de tesis. Un enjuiciamiento, un grito de indignación. Arguedas es un gamonal pero su pluma vierte los primeros reclamos e interpelaciones al sistema feudal que explota y expolia al indio.
      El novelador remata su narración de afecto al telurismo con este solemne colofón que inmortaliza esta obra americana: “Y sobre la cumbre cayó lluvia de oro y diamantes.
       El sol…”.



Ignacio Vera Rada es poeta, dibujante, activista político y estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.

EL "CHUECO" Y LA NARRATIVA DEL NACIONALISMO REVOLUCIONARIO



*Publicado en el periódico Página Siete.

1932. Latinoamérica necesita ya reconocerse, aproximarse a sí misma. Los sinos han señalado a dos pueblos hermanos la lid para resolver sus controversias –“la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Guerra de trincheras en un páramo desértico e inhóspito donde la canícula hierve y atiza el patriotismo en el espíritu. Millares de mozos son llamados, por la orden oficial y por el corazón, para defender la Patria. Lágrimas en la terminal ferroviaria y denuedo en la esencia de los hombres. Un joven abogado levanta su cantimplora y sus cartuchos, sus cuartillas y lapiceros: es un gladiador en el parapeto mas también lo es en la letra escrita. Empuña la péndola con la diestra; retiene el fusil la siniestra. Un guerrero integral. Témplase en el alma de esos batalladores un sentimiento progresista inigualable: nacionalismo. La revolución se inicia en el núcleo del Continente.
      Augusto Céspedes nació revolucionario. Alma y cuerpo son inquietos. Estandarte de la historia de las luchas emancipadoras americanas. Periodista de bríos, narrador y político, Céspedes marca, junto a Carlos Montenegro y Armando Arce, un hito no solo en lo referido a la novelística y narrativa americanas, sino aun en lo que concierne al oficio periodístico. Porque el periodismo es combate, es denuncia, es interpelación, es ideal.
      En el campamento militar que se alza entre las malezas espinosas, el soldado apunta con precisión cada victoria, cada derrota, cada bala que hiere a un compatriota. Son los borradores de Sangre de Mestizos, relatos descarnados, irónicos y hasta humorísticos. Narrativa de denuncia. Obra que describe la experiencia de los soldados de primera línea; de los que están en la trinchera cargando munición o escribiendo cartas de amor; de heridos cuya sangre redimirá el pecado del país adormecido. Romances y belicismos. El mestizo es alma y cuerpo en esa guerra. La Guerra del Chaco es para Bolivia lo que el sufrimiento que purifica para dialéctica del alma cristiana. Céspedes descuella como narrador, como cronista; su prosa es un deliquio revolucionario. Su cuento El Pozo ha sido traducido a varios idiomas y figura en no se qué lista que cataloga a los mejores cuentos de siempre. Crónicas Heróicas de una Guerra Estúpida: indignación, acerba denuncia; ¡belleza literaria! ¡Es la Bolivia semicolonial! El texto narrativo que sintetiza el pensamiento nacionalista revolucionario es sin duda Metal del Diablo. Con sátira y mordacidad el autor retrata la personalidad del barón del estaño Simón I. Patiño. ¡Hay que reñir contra las plutocracias que evaden al fisco! Es una fina ironía que no pasa a ser vulgaridad porque el escritor es un literato de gran calibre y consumado. La Rosca minera es el prototipo de la antinación. Si los detractores de Céspedes –que los tuvo, y varios- se figuran que la brega fue librada solamente en el Parlamento y en el diario “La Calle”, están harto equivocados. La novelística del aguerrido movimientista es quizá tan fundamental para echar los cimientos del nacionalismo del MNR como lo fueron Nacionalismo y Coloniaje de Carlos Montenegro, la Tesis de Ayopaya de Walter Guevara Arze y los escritos ideológicos de José Cuadros Quiroga. Gloria a los forjadores del nacionalismo revolucionario. Enorgullezcámonos de haber sido alguna vez bastión y ejemplo de la lucha por la liberación de las clases oprimidas. Edifiquemos la nación. Bolivia tiene hambre de coherencia social y sed de unidad.
      ¡Alianza de clases!



Ignacio Vera Rada es poeta, dibujante, activista político y estudiante de Ciencias Políticas, Historia y Comunicación.