miércoles, 25 de mayo de 2016

HABLEMOS DE FÍSICA Y RADIOACTIVIDAD



Hace varios meses que quería saber qué diablos es una central nuclear. La intriga me embargó cuando me enteré de la iniciativa del gobierno de instalar una en el territorio patrio. Tengo la extraña enfermedad, buena en parte, mala en parte, de la curiosidad. Y nunca he sido de los que hablan por hablar. Así que si quería asumir una posición respecto a la colocación de una central nuclear en suelos patrios, primero debía informarme; aunque debo decir que el solo hecho de escuchar –o leer- la palabra “radiación” me produce un estremecimiento que lo siento hasta en el tuétano.  
      Pensé entonces en buscar un profesor en la Facultad de Ciencias Puras de la Universidad Mayor de San Andrés para que me explicase tan complejo asunto. Jamás hubo profesor que me pudiese explicar mis inquietudes, no encontré a persona alguna que me pudiese ilustrar sobre esto, así que solo me quedó una alternativa: la biblioteca. A pesar de ser profano en estas materias, las horas con los libros de teoría física básica –y no tan básica- y las cavilaciones me han permitido aclarar el panorama, han hecho que pueda arribar a algunas conclusiones contundentes. Helas aquí.
      Primera. Los países que han recurrido a la instalación de esas infraestructuras, son países que, en general, no disponen de energías alternativas; y, ¡bendito Dios!, no es el caso de Bolivia. El país tiene en sus entrañas a la dea de los hidrocarburos. Además, es un potencial productor de litio; que la explotación de este recurso esté prevista para el año 2500 o ad calendas grecas, es otro tema… Por otra parte, tiene la opción –y esto es algo a lo cual han apelado países desarrollados como subdesarrollados- de generar energía hidroeléctrica.
      Segunda. Los países en vías de desarrollo no pueden, no deben exponerse a peligros tan amenazantes como son los materiales radioactivos o nucleares, es decir, material fisible (uranio o plutonio, o ambos). La razón es sencilla: no están preparados para ello. Un eventual desbarajuste en una planta nuclear puede significar la enfermedad mortal o la muerte instantánea.
      Tercera. Los centros nucleares son bombas en potencia. Los estados que apuestan por su instalación deben tener todas las medidas de seguridad necesarias, y hay que tener en cuenta que nuestra sociedad no es de las más sosegadas o calmas. Por si fuera poco, son focos de contaminación por los desechos que se producen (residuos nucleares, que se los debe poner en lugares poco menos que inaccesibles). Los gobiernos deben tener demasiado cuidado en el establecimiento de seguridades, que en esta materia se llaman “barreras físicas”.
      Cuarta. La altísima tecnología que se quiere usar también significa altísimos costos. No se tenga solamente en cuenta el gasto de instalación, sino además el alto costo de manutención de una central de estas características.
      Y por último deseo describir en dos palabras la política de protección al medio ambiente (o Pachamama, en el discurso gubernativo): destrucción de reservas ecológicas, realización de carreras de armatostes que contaminan tanto con smog cuanto con los decibeles que producen y, para rematar, una planta nuclear…
      Éstas son las razones más o menos técnicas y más o menos científicas por las cuales me opongo a todo esto. Faltan ahora las razones normativas o legales. Habrá que investigar. Pero ese trabajo se lo dejo a otro escribidor.

Ignacio Vera Rada es poeta, dibujante y estudiante de Ciencias Políticas y Comunicación en la Universidad Católica Boliviana “San Pablo”, de Historia en la Universidad Mayor de San Andrés y de la Alianza Francesa. Es Presidente de la Sociedad Científica de Estudiantes de Ciencias Políticas de la UCB y miembro permanente de la Sociedad Científica de Estudiantes de Historia de la UMSA.

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