sábado, 14 de mayo de 2016

LA OBCECACIÓN DE UN SENIL (PARTE I)


Hace un par de días, en una discusión que se empezaba a acalorar, un hombre casi nonagenario me decía: “El problema de este país es su pasado prehispánico y colonial y sus razas”. Yo salté y le espeté una soflama de diez minutos corridos. Al final el hombre se disgustó y se marchó, supongo porque no debió gustarle que un mozo que apenas comienza a vivir le planteara debate y le dijera que el verdadero problema del país son las viejas concepciones y acepciones de la vida que parecía él poseer. “Sus prejuicios son los verdaderos gérmenes de la desintegración nacional y, por tanto, del infortunio”, le dije, y ésa fue la estocada final, o la culminación de mi gallardía de joven que hizo concluir una charla con un viejo que asumo se sintió indignado. Esa charla fue la razón para que llegara a casa, entrara al estudio y, sin importar la hora, escribiera esto.
      ¿Qué es la Conquista y la Colonia para los americanos? Puede ser el bien mayor para algunos o el peor destrozo para otros. Para los primeros, la Colonia representa civilización y cultura; para los segundos significa violación, oscurantismo, sangre y humillación de culturas tanto formidables cuanto sustanciosas, como la del Imperio del Sol. El Estado boliviano, fundado el sábado 6 de agosto de 1825 en los límites de la Real Audiencia de Charcas, bajo el principio del uti possidetis iursi, tiene bajo su tutela a un pueblo que se ha querido llamar boliviano. ¿Cuándo se forma la nación boliviana? Esa respuesta no se encuentra en los anales prehispánicos, en los Chiripa o en los Wankarani, pero tampoco se encuentra en los conquistadores que en 1535 pisan el territorio de la futura Bolivia. Esta incógnita está en el desentrañamiento del los siglos XVI y XVII, en la fusión de dos culturas: la de los nativos y la de los foráneos, así suene a simplificación –y vaya que lo es. ¿Que Bolivia tiene en su seno a uno de los colectivos sociales más complejos y abigarrados? ¡Cierto, y es fascinante! Ése es el reto. El problema está en concebir esa realidad como un anatema o una maldición. La cuestión está en entender como bueno o como malo esa cosa fáctica. ¿Que los peninsulares fueron mazazos y puñaladas sin contemplaciones? ¿O que fueron los portadores de la verdad, de una cultura superior, de un cristianismo desinteresado y de un afán de educación? Falso. Los españoles condujeron una política violenta, sí, pero hay que tener en mente, por ejemplo, a Bartolomé de Las Casas, acérrimo defensor de los nativos; hay que recordar Las Leyes de Indias; hay que estudiar la extraordinaria labor de los prelados para educar y recoger gran parte de la cultura india, para educarlos en sus idiomas maternos. Al igual que recogieron las joyas grecorromanas del asedio del Medievo, los curiales rescataron varias expresiones de la cultura autóctona. Además, esos clérigos supieron empatizar, fueron grandes humanistas; pienso en los PP. Acosta, Calancha, Bertonio, que hicieron gala de un conocimiento excepcional del suelo y hombre americanos. Si no hubiera habido encuentro de culturas, no se habrían edificado obras de arte tan bellas como el templo de San Lorenzo en Potosí o el de San Francisco en La Paz, que son expresiones del barroco mestizo: ni hispanas ni autóctonas. Lo que sí es para execrar de esas tres centurias es la vulneración de los derechos de los indios, la sistemática expoliación de sus tierras de comunidad, la imposición violenta de sistemas de trabajo inhumanos y de gabelas injustas.
La Virgen del Cerro, pintura de autor anónimo del siglo XVIII
      ¿Que el Imperio de los Incas fue rosas y mieles? ¿Que fue hermandad, humanidad y humanismo sin discriminación, sin maldad, sin violencia? ¿O que, por el contrario, los nativos fueron seres irracionales, con una cultura inferior a la de occidente? ¡Solemne falsedad! Edulcorar el pasado es muy peligroso. Desvirtuar y deformar un pasado para plantear un eventual retorno a éste es peligroso. Poner oropeles a nuestro pasado prehispánico y envilecer nuestra historia colonial es negarnos a nosotros mismos. Nos guste o no, somos hijos del más denodado mestizaje, ora étnico, ora cultural. No podemos –ni debemos- desvincularnos de un pasado relativamente próximo (colonia) ni de uno más lejano (incario). No podemos hacer de la palabra Colonia un sinónimo de oprobio. Cuando seamos capaces de asumirnos como somos, complejos, plurales, como una síntesis de dos culturas fuertes, con sus virtudes y defectos cada una, como los tienen todas las cosas del hombre, podremos empezar a edificar patria.
      He intentado demoler sucintamente el primer prejuicio. El otro asunto del cual hablaba el hombre prejuicioso es un concepto que detesto: raza. Pero, por razones de espacio y tiempo, esto del evolucionismo y racismo lo abordaré en un siguiente escrito. Quedo comprometido.
      Espero que si algún rato el señor lee esto (aunque dudo que lo haga) no explote en una iracundia de rabieta senil.

Ignacio Vera Rada es poeta, dibujante y estudiante de Ciencias Políticas y Comunicación en la Universidad Católica Boliviana “San Pablo”, de Historia en la Universidad Mayor de San Andrés y de la Alianza Francesa. Es Presidente de la Sociedad Científica de Estudiantes de Ciencias Políticas de la UCB y miembro permanente de la Sociedad Científica de Estudiantes de Historia de la UMSA.

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