Tristes
son los momentos.
Hoy
han ganado nuevamente los estultos, como diría algún latino. Un hombre
inteligente que quiera llegar a los primeros puestos, últimamente tiene que
pasar por tan largos y humillantes recodos que, cuando llega —si llega— no
trabaja bien porque no es corrupto ni tiene el corazón podrido como el de sus dirigentes.
Es
preciso pensar en todo, y hay que cambiar los destinos de la nación boliviana,
hoy disgregada y como resquebrajándose día a día. Este día, sin llegar a exagerar,
es uno de los más trágicos y más imbéciles de la historia de este pobre Estado.
Se ha cometido el peor crimen contra la dignidad de los bolivianos, y todo por
la necedad mezclada con injuria que retoza en el alma de quienes algún día
tuvieron la confianza de la mayor parte de la sociedad.
Proclamemos
el derecho que tienen los pueblos al tiranicidio, a la aniquilación de los
déspotas que no permiten el progreso ni material ni espiritual de los pueblos
que gobiernan. (Estoy escribiendo esto sin corregir y como en un estado de
perplejidad, sin ideas claras y con el corazón en la cabeza). El Derecho está
del lado de los oprimidos; el espíritu de las leyes, que ciertamente no está
impresa en el panfleto político que hoy lleva el título de Constitución ni en
las leyes que en el seno de la Asamblea se promulgan como si fuesen frases de
feria, ese espíritu, digo, debe amparar el derecho de eliminar a los autócratas
que se visten con himationes de la mejor seda.
¡Cómo
quisiera que Bolivia hubiese sido bien conducida por sus magistrados desde
siempre! ¡Hubiésemos sido un pueblo progresado y feliz! Quisiera que fuésemos
más inteligentes, más ricos, más prósperos. Este pueblo es pobre, pero lleva la
fuerza de su energía nacional. Pero hoy la incultura reina con toda su majestuosidad
en la casta dirigente. La historia política de este desventurado país no tiene
la tristeza solemne de la tragedia, sino la ridiculez de una comedia o un
sainete. Es el vértigo de la inconsciencia de quienes no se dan suficiente
cuenta de lo que se ha hecho a este país y es el vértigo de la insolencia de
quienes hicieron prevaricato en el conciliábulo que hoy llámase Tribunal. Aunque
no sé hasta qué punto puedan ser culpados, porque si los siervos no hacen lo
que el señor indica, pueden ser acribillados o muertos a puñetazos.
En
estos momentos de agitación y agotamiento, se deja ver mejor que nunca la
torcida ruta por la que anduvieron los funcionarios faltos de prudencia y previsión.
Nada se puede esperar de estas gentes; nada se está haciendo en vista de
preparar días menos tristes para la patria.
La
pobreza no ha reducido, y los bonos y subvenciones son nada más que medidas
paliativas y excitantes para conseguir votos mentecatos; al cabo, todo lleva al
resultado absurdo y paradójico de que Bolivia se endeuda cada vez más. E iremos
a encarar la crisis económica que se advierte en lontananza vestidos de harapos
y sin zapatos, pero le haremos frente con dignidad.
Amamos
la filosofía alemana, el arte galo, el esteticismo clásico, pero Bolivia es mi
patria, es el lugar donde he nacido y en el que aprendí a sufrir. Hoy hago por
ella lo que puedo. Fuímonos alejando de los asuntos públicos, pero hay momentos
en que no se puede retener en los dientes lo que se piensa. También el artista
enamorado y el científico erudito deben cumplir con su deber de buenos
ciudadanos. Ese amor tan fuerte es el que hizo que Goethe fuera ministro de
Weimar, Victor Hugo parlamentario de Francia, Newton magistrado de Inglaterra…
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