Publicado en el periódico El Diario el lunes 3 de abril de 2017.
Agudos y afilados farellones
de la meseta y la Hoyada se desnudan sobre la vastedad de esta literatura
singular y bella hasta lo indecible. ¿Prosa poemática? ¿Novela? ¿Relatos
cortos? ¿Ensayo? ¿Artículos vernáculos? ¿Rapsodia telúrica e india? –Ninguno de
éstos y todos a un mismo tiempo. Fernando Diez de Medina es un artista
axiomático, un verdadero polígrafo. Nayjama
es el pedestal (Gran Premio Nacional de Literatura 1950) que consagra al
artista merced a su talento de virtuoso escritor y conocedor profundo del
espíritu grandilocuente a la par que silente del Ande americano. Recelad del
arqueólogo, del antropólogo, del erudito, cuando os digan que han descifrado la
teogonía americana. Quizá el arpista tenga el secreto. ¿Quién ha escrutado, quién ha cantado la gesta
andina? ...La tierra enclaustra y enciende mil historias.
Vuelvo a los farellones. Son picos
erectos que punzan y cortan el aire frío que invita a la meditación melancólica.
El cóndor andino, señor de los giros etéreos, les dedica su vuelo majestuoso. Nayjama es el Buscador, el Buscador es
Diez de Medina; “¿Pero qué es un Buscador?”, pregúntase el escritor; respóndese
al punto: es un perseguidor –y no así un seguidor– de sueños, de gloria; es el
alma intrépida que corre tras la savia sabia de la tierra. Si miramos a los
clásicos –o al mismo Tamayo!, que es un clásico en alto grado– encontraremos el
concepto o la teoría del Genius loci:
el alma de la raza es el crisol donde se funde la genialidad amautica de la
tierra.
La eminencia lapídea, arcana y poseedora
de la gesta andina en su entraña, invita a la reflexión sesuda: sugiere. En
cambio el indio y su tierra semivirginal de cromáticos cambios pardos y
azulados son más accesibles al pensador y al artista: revelan. El Illimani es
el Caudillo titánico, señor inmemorial de la hoya paceña. Él “nos invade con
alteza y pesadumbre de cumbre” si permanecemos quietos. Pero invirtamos el
pensamiento que lanza el Buscador respecto al Monte níveo: si bajamos, Él se
acrecienta; si subimos, Él se aminora.
Una
digresión necesaria: “Ha pasado una princesa india…” Tawako! La doncella india es la más bella de las que hubo en las etnias
prístinas del orbe.
Haced analogías: la mitología de los
helenos es sapiencial, la de nuestros pobladores milenarios de la altiplanicie
es poética! El Ande está cargado de energías y vibraciones míticas. Sabedlas
recoger. Sabedlas arquitecturizar en la solfa lírica. Tañed la rapsodia aimara.
Pachamama (Madre Tierra) y Huayratata (Padre Viento) traban lid en la meseta, ambos quieren
la supremacía en al área. Coexisten y señorean uno y otro sin embargo.
El poblador. “¿Kollas o aimaras, incas o
quechuas?”, cavila el Buscador. Los eruditos siguen en discusiones bizantinas.
No interesa. Mientras haya una voluntad para auscultar la esencia de los
moradores monteses, siempre habrá una ciencia emergente para cantar la historia
de los nuestros, de lo nuestro. “Si en algo un son sublime/ se empapa y vibra,/
cual dolor en la fibra/ o eco que gime,/ canto a miriadas,/ auscultad en los
Andes/ nuestras Iliadas!”, canta el poeta de América. Y el Buscador siguió el
mandato de la seguidilla tamayana para la composición de esta obra.
“Y si el paisaje es una lira intacta a la
espera de los dedos que la pulsen, poeta es la mano misteriosa que arranca
sones embrujados a las cuerdas vibrantes del terruño”.
Esta epopeya vernácula proseguirá.
Igancio Vera Rada es poeta.
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