Hace
varios meses que quería saber qué diablos es una central nuclear. La intriga me
embargó cuando me enteré de la iniciativa del gobierno de instalar una en el
territorio patrio. Tengo la extraña enfermedad, buena en parte, mala en parte,
de la curiosidad. Y nunca he sido de los que hablan por hablar. Así que si
quería asumir una posición respecto a la colocación de una central nuclear en
suelos patrios, primero debía informarme; aunque debo decir que el solo hecho
de escuchar –o leer- la palabra “radiación” me produce un estremecimiento que
lo siento hasta en el tuétano.
Pensé entonces en buscar un profesor en
la Facultad de Ciencias Puras de la Universidad Mayor de San Andrés para que me
explicase tan complejo asunto. Jamás hubo profesor que me pudiese explicar mis
inquietudes, no encontré a persona alguna que me pudiese ilustrar sobre esto,
así que solo me quedó una alternativa: la biblioteca. A pesar de ser profano en
estas materias, las horas con los libros de teoría física básica –y no tan
básica- y las cavilaciones me han permitido aclarar el panorama, han hecho que
pueda arribar a algunas conclusiones contundentes. Helas aquí.
Primera. Los países que han recurrido a
la instalación de esas infraestructuras, son países que, en general, no
disponen de energías alternativas; y, ¡bendito Dios!, no es el caso de Bolivia.
El país tiene en sus entrañas a la dea de los hidrocarburos. Además, es un
potencial productor de litio; que la explotación de este recurso esté prevista
para el año 2500 o ad calendas grecas,
es otro tema… Por otra parte, tiene la opción –y esto es algo a lo cual han
apelado países desarrollados como subdesarrollados- de generar energía
hidroeléctrica.
Segunda. Los países en vías de desarrollo
no pueden, no deben exponerse a peligros tan amenazantes como son los
materiales radioactivos o nucleares, es decir, material fisible (uranio o
plutonio, o ambos). La razón es sencilla: no están preparados para ello. Un
eventual desbarajuste en una planta nuclear puede significar la enfermedad
mortal o la muerte instantánea.
Tercera. Los centros nucleares son bombas
en potencia. Los estados que apuestan por su instalación deben tener todas las
medidas de seguridad necesarias, y hay que tener en cuenta que nuestra sociedad
no es de las más sosegadas o calmas. Por si fuera poco, son focos de
contaminación por los desechos que se producen (residuos nucleares, que se los
debe poner en lugares poco menos que inaccesibles). Los gobiernos deben tener
demasiado cuidado en el establecimiento de seguridades, que en esta materia se
llaman “barreras físicas”.
Cuarta. La altísima tecnología que se
quiere usar también significa altísimos costos. No se tenga solamente en cuenta
el gasto de instalación, sino además el alto costo de manutención de una
central de estas características.
Y por último deseo describir en dos
palabras la política de protección al medio ambiente (o Pachamama, en el
discurso gubernativo): destrucción de reservas ecológicas, realización de
carreras de armatostes que contaminan tanto con smog cuanto con los decibeles
que producen y, para rematar, una planta nuclear…
Éstas son las razones más o menos
técnicas y más o menos científicas por las cuales me opongo a todo esto. Faltan
ahora las razones normativas o legales. Habrá que investigar. Pero ese trabajo
se lo dejo a otro escribidor.
Ignacio Vera Rada es poeta,
dibujante y estudiante de Ciencias Políticas y Comunicación en la Universidad
Católica Boliviana “San Pablo”, de Historia en la Universidad Mayor de San Andrés
y de la Alianza Francesa. Es Presidente de la Sociedad Científica de
Estudiantes de Ciencias Políticas de la UCB y miembro permanente de la Sociedad
Científica de Estudiantes de Historia de la UMSA.