miércoles, 29 de noviembre de 2017

¡EL MAYOR CRIMEN!

Tristes son los momentos.

Hoy han ganado nuevamente los estultos, como diría algún latino. Un hombre inteligente que quiera llegar a los primeros puestos, últimamente tiene que pasar por tan largos y humillantes recodos que, cuando llega —si llega— no trabaja bien porque no es corrupto ni tiene el corazón podrido como el de sus dirigentes.

Es preciso pensar en todo, y hay que cambiar los destinos de la nación boliviana, hoy disgregada y como resquebrajándose día a día. Este día, sin llegar a exagerar, es uno de los más trágicos y más imbéciles de la historia de este pobre Estado. Se ha cometido el peor crimen contra la dignidad de los bolivianos, y todo por la necedad mezclada con injuria que retoza en el alma de quienes algún día tuvieron la confianza de la mayor parte de la sociedad.

Proclamemos el derecho que tienen los pueblos al tiranicidio, a la aniquilación de los déspotas que no permiten el progreso ni material ni espiritual de los pueblos que gobiernan. (Estoy escribiendo esto sin corregir y como en un estado de perplejidad, sin ideas claras y con el corazón en la cabeza). El Derecho está del lado de los oprimidos; el espíritu de las leyes, que ciertamente no está impresa en el panfleto político que hoy lleva el título de Constitución ni en las leyes que en el seno de la Asamblea se promulgan como si fuesen frases de feria, ese espíritu, digo, debe amparar el derecho de eliminar a los autócratas que se visten con himationes de la mejor seda.

¡Cómo quisiera que Bolivia hubiese sido bien conducida por sus magistrados desde siempre! ¡Hubiésemos sido un pueblo progresado y feliz! Quisiera que fuésemos más inteligentes, más ricos, más prósperos. Este pueblo es pobre, pero lleva la fuerza de su energía nacional. Pero hoy la incultura reina con toda su majestuosidad en la casta dirigente. La historia política de este desventurado país no tiene la tristeza solemne de la tragedia, sino la ridiculez de una comedia o un sainete. Es el vértigo de la inconsciencia de quienes no se dan suficiente cuenta de lo que se ha hecho a este país y es el vértigo de la insolencia de quienes hicieron prevaricato en el conciliábulo que hoy llámase Tribunal. Aunque no sé hasta qué punto puedan ser culpados, porque si los siervos no hacen lo que el señor indica, pueden ser acribillados o muertos a puñetazos.
En estos momentos de agitación y agotamiento, se deja ver mejor que nunca la torcida ruta por la que anduvieron los funcionarios faltos de prudencia y previsión. Nada se puede esperar de estas gentes; nada se está haciendo en vista de preparar días menos tristes para la patria.

La pobreza no ha reducido, y los bonos y subvenciones son nada más que medidas paliativas y excitantes para conseguir votos mentecatos; al cabo, todo lleva al resultado absurdo y paradójico de que Bolivia se endeuda cada vez más. E iremos a encarar la crisis económica que se advierte en lontananza vestidos de harapos y sin zapatos, pero le haremos frente con dignidad.

Amamos la filosofía alemana, el arte galo, el esteticismo clásico, pero Bolivia es mi patria, es el lugar donde he nacido y en el que aprendí a sufrir. Hoy hago por ella lo que puedo. Fuímonos alejando de los asuntos públicos, pero hay momentos en que no se puede retener en los dientes lo que se piensa. También el artista enamorado y el científico erudito deben cumplir con su deber de buenos ciudadanos. Ese amor tan fuerte es el que hizo que Goethe fuera ministro de Weimar, Victor Hugo parlamentario de Francia, Newton magistrado de Inglaterra…


Ignacio Vera-Rada