domingo, 28 de mayo de 2017

BEDREGAL Y SU BIÓGRAFO

Publicado en el suplemento Animal Político del periódico La Razón el 28 de mayo de 2017.

Desde mi más temprana juventud admiré, incluso más que al griego y al latino, al artista galo y al germano. No me cambiaría por ellos sin embargo; yo nací en el dolor boliviano.
      ¿Cómo hablar de un pedazo de la historia o de un segmento geográfico sin entender al actor principal del espectáculo de la vida? Entre bambalinas se encuentran los actores pensando y ejecutando cosas que el público jamás sabrá una vez aquéllos en las tablas. En las tribunas, el pueblo aprecia solamente la interpretación de un guion dictado por la fatalidad y pocas veces por la inspiración buscada. Y la dramaturgia de la vida es una obra maestra a la par que un arcano, como lo fueron las obras de Shakespeare. El antropólogo explora la racionalidad y el carácter humanos; el historiador rastrea cronológicamente los legados y hechos memorables de los pueblos; el sociólogo tienta sus nigromancias y teoriza para revelar el porqué del fenómeno social. El biógrafo, ciertamente, les debe mucho, porque se servirá de ellos para levantar nuevamente la arquitectura de una existencia humana, pero es cierto que antropólogos, historiadores, sociólogos, e incluso tratadistas de las ciencias jurídicas y económicas, habrán de deber al biógrafo mañana.
      Era menester una biografía de Guillermo Bedregal. Pero ¿quién es, a grandes rasgos, este hombre? Bedregal es un político consumado, pero sobre todo es un ser humano de carne y hueso, un humano muy humano, demasiado humano ―en el sentido nietzscheano de la expresión―, con aciertos y errores, con grandezas y pequeñeces. A primera vista es un político frío y calculador, pero si uno se aproxima un poco, se revela el ser humano sensible y sentimental. Bedregal tuvo que ver con una de las revoluciones más importantes de Latinoamérica ―si no la más importante―; apoyó un golpe de Estado que fue funesto para la democracia que en ese momento se volvía a instituir. Fue diputado, padre de familia, escritor, profesor en varias universidades, Ministro de Estado, esposo, embajador, lector voraz, teórico y pragmático… Relieves de gloria y simas de desdicha se ven la orografía de su azarosa vida. Haber sido parte de las grandes transformaciones estatales se cuenta entre los primeros; la muerte prematura de su primogénito está entre las segundas.
      Leyendo a los hombres se lee el suelo, ya que los hombres son fruto directo del terruño. Éste los pare a fuerza de necesidades concretas. Porque si hay una verdad mundana absoluta y axiomática es la del Genius loci: el alma de la tierra es el genio de sus moradores. Cierto que el sociólogo y el antropólogo auscultarán la conducta de los grandes gentíos, pero es deber del biógrafo descifrar el alma de un pueblo a través de uno de sus hombres. No pretendí llegar a lo que hicieron Plutarco, Zweig, Maurois, Lytton Strachey, Ludwig y Safranski. La verdad es que mi norte era más alto y más lejano. Quizá las biografías poéticas sean las mejores, así como también las más escasas. Ésta, mi Guillermo Bedregal, es una biografía novelada, y no debe ser ningún secreto que yo haya tomado como modelo las obras Franz Tamayo. Hechicero del Ande (Retrato al modo fantástico) y El Arte Nocturno de Victor Delhez (Biografía poética), ambas de Diez de Medina, el más historiador de los artistas y el más artista de los biógrafos. Lo que busqué, además, fue hacer lo que hizo Victor Hugo en su William Shakespeare, y aunque sé bien que tuve una medida que imitar, sé igualmente que no llegué a hacer lo que hizo el genial galo. Lo que hizo Hugo fue descifrar el summum y el espíritu de Inglaterra a través del más genial de sus hijos. Así, puede desnudarse el alma alemana a través de Goethe, la de Italia a través de la de Leonardo o la del Dante, la de España por la de Calderón o la de Cervantes. Biografiar es —como digo en el Prefacio de este libro— comprender la dimensión real de un hombre, y un hombre significativo es como una montaña: muchos intentaron escalarla, pocos llegaron a la cima y varios se quedaron en las faldas. Y hay que comprender al hombre comprendiendo su espacio y su tiempo. El ser humano es producto directo del tiempo histórico, de un contexto, de una coyuntura larga. En suma, la historia hace al ser humano, y no éste a la historia. Si no se siguiese el método de la comprensión del espacio-tiempo, Alejandro Magno hubiera sido un demonio y Cromwell un protervo déspota. Entonces, el libro que el lector tiene es, a la par que una biografía, el alegato y la justificación de una personalidad que vive en un contexto determinado y la radiografía de una coyuntura nacional. Ésta es la terea del biógrafo y también la del género biográfico: develar suelo y sociedad a través de un solo ser humano.
      Esta obra tiene la estructura de la vieja novelística francesa del siglo XIX, o sea, división en libros y subdivisión en capítulos, y su división en libros responde a la segmentación que hice de la vida de mi biografiado en cinco grandes etapas: 1. niñez en Juckumarka (finca de sus padres) y estudios en el Colegio Alemán; 2. estudios universitarios en Europa y gira por varios países que realiza junto con un grupo de amigos; 3. los doce años de la Revolución Nacional; 4. dictaduras, destierros y ostracismo, y 5. último gobierno de Víctor Paz Estenssoro en el que Bedregal es Canciller de la República. Escribí la obra en seis meses, literalmente encerrado en el estudio de mi casa; torrentes de café y de tinta y muchas cuartillas emborronadas… Novelar e historiar a un mismo tiempo puede resultar una tarea pesadísima, pero al mismo tiempo una de las más bellas. La composición de esta biografía fue una de las más extraordinarias experiencias de mi vida, y el recuerdo de las intensas charlas que tuve con Bedregal ―pláticas que giraban en torno a las tragedias de Schiller hasta parloteos sobre caligrafía gótica― constituirán un recuerdo inmarcesible en mi memoria.
      Y este libro es algo más que una biografía; es la travesía de toda una generación y el pensamiento vivo del Nacionalismo Revolucionario. Intenté en todo momento ser objetivo y crítico con los acontecimientos, mas no puedo decir que mi pluma no se ha visto seducida por el arrebato y la efervescencia, pero todo cuanto atañe al drama nacional siempre será puro y bienintencionado. He aquí, en ese libro, una silueta de la Bolivia contemporánea. No osé escribir la terapéutica, pero he aquí un diagnóstico de la realidad política nacional, con sus desgarramientos esquilianos y su consternación reconcentrada, pero también con sus heroicidades y prodigios dignos de ser anotados en las páginas gloriosas de la historia de Latinoamérica.

      Se dice, levantando las banderas del mestizaje y del sincretismo, que no comprenderemos el sentido del vivir en comunidad mientras no aceptemos nuestra historia con sumo beneplácito; eso es cierto, mas yo hago aquí una extensión: no comprenderemos ésta nuestra fascinante nación, ni nuestro suelo, ni nuestro destino histórico, en tanto no conozcamos a nuestros hombres.

Ignacio Vera-Rada es escritor y dibujante

lunes, 1 de mayo de 2017

EL ÚLTIMO DÍA DE UN REO CONDENADO A MUERTE

Publicado en El Diario el 1 de mayo de 2017.

He terminado de leer Le Dernier Jour d´un Condamné en una edición parisina muy rústica y hasta ordinaria.
      La otra noche se reunió un grupo de estudiantes de la Universidad pública. Yo asistí a la reunión. En el cenáculo había alumnos de Derecho, Filosofía, Sociología e incluso alguno de Medicina. La charla ―o debate― giró primero en torno a las reformas de que es menesteroso el sistema universitario boliviano y la pedagogía boliviana en sí misma; después, alrededor de las libertades públicas y la libertad de prensa y opinión. La charla se fue acalorando, y las posiciones, enconando. Lo cierto es que pocas cosas hay tan saludables para los pequeños núcleos sociales de una gran sociedad como el intercambio de ideas y razones.
      Había un mequetrefe que si mal no me equivoco dijo que estudiaba Filosofía. Y en medio de la algazara, gritó que un violador de mujeres debía ser condenado a muerte. Yo abrí mis ojos e inflé el pecho para contestarle con un discurso deliberativo, pero la indignación no me dejó pronunciar palabra. O si dije algo solo fue un tartamudeo. Y es que la condena a muerte quizá sea el signo más evidente de la barbarie en toda sociedad que quiera llamarse civilizada.
      Ahora bien: mi argumentación espiritual solo valdrá ante el creyente; “Ante el escéptico nada tenéis que esgrimir”, seguramente me diréis. Nada más falso. Al creyente le puedo decir que nadie es señor de la vida ni juez supremo de las almas. Y al ateo, que un criminal o un convicto de la peor calaña puede tener todavía un papel social en este mundo. Piénsese solamente en los hijos que pudiere criar esa persona, o la esposa a quien pudiere estar asistiendo desde su ófrica celda. Y si el reo condenado no tiene esposa ni hijos, aún puedo esgrimir otros argumentos, si no muy sencillos, sí muy contundentes. La filosofía de los países en los que existe la pena de muerte dice que se elimina al reo para alejarlo de la sociedad; si esto fuese cierto, ¿no sería suficiente con encarcelarlo? Lo que sucede es que detrás existe un trasfondo donde solo campean los sentimientos más viles del ser humano ―odio, rencor― institucionalizados en leyes hechas por los diputados más desaforados y respaldados por el Derecho positivo. Nada más bestial que promover un país de verdugos; nada más bajo que hacer matar a alguien como si fuese un animal.
      Estos sistemas penitenciarios donde la ley permite la eliminación de un reo son los más injustos con quienes reciben la orden de pulsar el gatillo asesino. ¿Son acaso ellos, los que deben disparar después del “Fuego!” de sus superiores, quienes están de acuerdo con la eliminación de un hombre? ¿Por qué la injusticia de hacer matar a quien puede amar la vida suya y la de los demás?
      Es increíble y espantoso el número de Estados cuyas legislaciones todavía contemplan la pena capital. Congresos, cámaras, ekklesias donde se pronuncian los más románticos e hipócritas discursos sobre el Derecho natural y los Derechos Humanos… pero aún no se habla sobre la pena de muerte. Se han puesto de moda las tendencias feministas, que no sé si tendrán o no éxito en la marcha de la sociedad. Pero hora es ya de interpelar la pena de muerte en los países donde se la pone en ejecución. Ojalá estuviera vivo Victor Hugo.

      He escrito lo anterior con la plena conciencia de que Bolivia no ha puesto en el tapete o a consideración de la Asamblea ―a Dios gracias― la cuestión, y con la misma conciencia de que en cualquier momento podría hacerlo.

Ignacio Vera-Rada es escritor