sábado, 9 de abril de 2016

Barack Obama es un ilustrado. No hablaré hoy del catedrático de leyes y ciencias políticas, o del senador por Illinois, o del gran activista, o del Premio Nobel.
      Obama será, a mi criterio, uno de los más grandes oradores de este siglo XXI. El afroamericano debió haber devorado a Cicerón. ¿Habéis notado su grandilocuencia al dirigirse a los estadounidenses o, acaso, al mundo? ¿Habéis reparado en que sus palabras son las justas y que comunican su pensamiento con claridad y certeza sorprendentes? Su palabra seduce, convence, y he aquí una particularidad: Obama no es de los aduladores que, con sed de ganarse el título de maestros de la oratoria, infla sus frases con hojarasca ampulosa; de esta clase de discursantes en la política hay legiones. Hubo en la política mil discursantes que hicieron gala de su parlamento bizantino, erudito. Pero éstos son ora maestros y portavoces de la pompa mentirosa, ora parlantes de la sirena demagoga. Obama dice todo en lo justo y cabal. Distingue muy bien entre fárrago y concepto útil. Con palabra que no es esotérica pero tampoco exotérica, este hombre ha arquitecturizado las frases de la oratoria política y humanista contemporánea más brillantes que, por la proximidad histórica, aún no han sido valoradas. Dígase de paso que al político conjuga el humanista.
      No sé si sería hiperbólico decir que tal vez mañana, cuando pasen los días y con ellos los años, los lingüistas de habla inglesa le dedicarán algún tomo de retórica, pero ojalá los taquígrafos hayan registrado, para algún día publicar en libro, sus discursos sobre religión, política, economía, sociedad, etcétera, que ha pronunciado en su gestión presidencial.
      Así como Franz Tamayo escuchaba los parlamentos de Winston Churchill, yo escucho los de discursos de Barack Obama. Los veo y los estudio. Su ademán, su gesto, su tono, su mirada que conmueve al auditorio.
      Hoy los retóricos estudian en las bibliotecas a Demóstenes y Pericles, o a Plotino y Porfirio, o a Ponticiano y Victorino; quizá mañana se estudie el ímpetu de la palabra de Obama. Es la fuerza en la palabra. Será el delirio de los más avisados sofistas, al igual que hoy es San Pablo, el predicador de los gentiles, una de las fuentes más locuaces de los evangelistas.
      Si algún día veis a Ignacio Vera dirigiéndose a través del verbo hablado a una multitud, lo habrá aprendido del futuro Expresidente de los Estados Unidos.
Calacoto, marzo de 2016. Con el sol autumnal filtrándose por la ventana.